sábado, 7 de mayo de 2011

De por qué la petición

a C.
Y ahí está. De nuevo. Otra vez sale de la oscuridad de perla el tentáculo. Como si palpara el pelo ralo y fino y rubio, apenas visible, que cubre más tupido las mañanas de la boca, para remediar su falta de pupila y sin embargo salirse. Asoma su ápice ardiente, tímida, a la espesura del afuera, ahogada por el calor que ese horno tuyo de palabras, insoportable cueva de estridencia, aumenta a granel como si turbinas del pensamiento empezaran a perder los estribos. Bordeando la capa rojiza y surcada, tomando el sabor del aire, dejando atrás el humo del cigarrillo que nubla los rincones de las perlas y el otro, distinto, que sale del fuelle candente de ideas embrionarias y latentes, hechas varias para el duelo y el ascenso, con él, al cielo de otras. Un poco de sosiego y reptar constreñido que veo partir de tu boca en su andanza de babosa escarlata, un corto alivio al dejar los talleres del eco y del sonido. Se asfixia en viento en breve, teme el frío. Vuelve. La ternura de la lengua escondida. Otra vez. El secreto de taparse el mundo a boca cerrada, de escuchar cadencias diversas que poco importan, que no calman el ardor tétrico, descompuesto de la parturienta lengua. Incansable culpa de dar tumbas, de asistir al sacrificio inmutada de las crías que no cesan nunca de no llegar a existir, que fallecen en su misma luz primera. Entre las tantas estelas de variado humo, los halos de los rostros toman densas formas amoldadas a la bruma. Ve la lengua las figuras de la muerte sin cuerpo, de apenas suspiro tenue. Salva algunas en un bisbiseo. Me responde, aunque aturdida. Y otra vez la mudez en cortesía a otro monólogo mío. Y tiembla en imágenes nuevamente, otra vez sellada, entre visiones de masacre y parto. Sufre en silencio, observa. El fresco del afuera olvidado por el clima de infierno de tu boca de cueva. Ya no soporta los despojos, la fosa de cuerpos que se toma la morada, las delgadas voces de agonía de aquellas que ven su marca de silencio. No pudiste darles vida, piensa la lengua a sí misma. Debe eliminarse lo que han dejado. Evacuar ideas muertas, dar cuenta de que hubo un eyector de cadáveres, un halo en forma de brisa decrépita que ya no sale desde el paladar porque se ha quedado sin sustancia. Nace entonces una idea suprema, de fuerza descomunal que la impulsa hacia afuera como un trueno e interrumpe mis palabras. Al instante acerco mi mano a la campera, extraigo un paquete y te alcanzo otro cigarrillo.