viernes, 15 de julio de 2011

20

A ese espectro
que ata racimos
de tamarices
en tiras y lianas,
y anuda en la ensenada
aves y hojas,
que baila en vaivén
como un eco luciente.
A ese cuerpo oscuro,
a esa espesa nada,
la furia del olvido reclama.
Mis látigos afloran
puntales de oro
que graban
en otra carne mía
la quietud propia de la niebla.
A aquel susurro cálido le lloro
y también grito
en su extraña negrura.
Lo invoco como un todo
que sólo deja el silencio.
Mientras, los ramajes, lejos,
sus durmientes,
y esas flores sentadas en la bruma.
La potencia ruge
por aquello aún distante.
Perdón, sol, si te encuentro.
No querría tocarte.
Pero es el hambre de olvido
quien me exige lo inmenso.